lunes, 18 de abril de 2011

Juan José

SOÑARSE HARTO DE NIÑO

En estos días donde la sensibilidad se pone jugosa, yo de niño… soñaba harto.

La infancia como un bastión no solo para mirarse y buscar las propias respuestas, sino para quizás, desde esos rincones, encontrar respuestas a lo que hoy somos en medio de la desazón y la angustia que deja la violencia cotidiana.

A mi generación nos tocó jugar en calles sin pavimentos donde, cuando arreciaban las lluvias, estas se desfiguraban y los riachuelos se perdían en surcos que zarandeaban los barcos de papel que a carreras se perdían al final de la calle donde el arcoíris se fijaba como meta absoluta para no parar los sueños. Mojarse de manera interminable mientras le huías a los grandes mezquitales, siempre ante el temor de que en su aparente función de pararrayos quedaras ahí, carbonizado y confundido entre el ramaje, como mucho habíamos escuchado le pasaba a quienes bajo su copa se protegían.

Los grandes campos donde al calor de una pelota dominguera nos enfrascábamos los cuates, que por la noche se convertían para la banda de la zona en extenuantes campos de batalla mientras nosotros, desde las ventanas de casa, nos ocultábamos, pequeños, de los petardos, de los chacos, de las navajas, de los balazos que perdidos transitaban a largo y ancho.

Escapadas a los cerros aún pelones, a la cañada del lobo, en busca de hormigueros, en busca de tepocates, en busca de garambullos y a la comezón de las tunas del monte ahí cercano.

Uno soñaba harto; yo me soñaba harto. A la espera de nuevas aventuras que desde un taxi me brindaba la presencia de mi padre con su historieta en mano: un Kalimán, donde yo, al igual que Solín, su entrañable y joven amigo de este héroe de aventuras, me veía con mi padre galopando sobre los campos para hacer el bien a quienes enfrente se pusieran.

Lo mismo corretear apedreando a un hombre que de manera demencial circulaba en las calles insultando a más no poder a quien quiera que se le cruzara, que correr a la inversa siendo perseguido por el tendero a quien sin concesión nos exigía la devolución de sus “gansitos” tomados sin costear el monto al tomarlos de “gorra”, aprovechando su condición de imbécil de la cuadra.

Las idas al matiné del cine Alameda; sentirnos ricos al acudir al cine Avenida. Pero el Avenida no tenia las jardineras para comer, para jugar sobre el pasto que la alameda si tenía. Estaban por igual los pececillos multicolores que al restregar el agua del fondo emergían. Emoción total. Infancia total…

¿La Barbie habrá jugado como yo? ¿Beltrán Leyva le habrá sabido la infancia? ¿A Nacho Coronel le gustaban las canicas? ¿La Reina del pacifico se hundía en sus barquitos? ¿Se sabían niños? ¿Se soñaban de niños? Quizás… quizá. Quizá ahora es lo que menos importa.

A mi aún me emociona verme niño. Aún me emociona saberme niño.

Saberse de niño… soñarse harto, mucho, de niño.

Juan José Campos
Abril, 17, 2011.

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