jueves, 30 de abril de 2020

Muñeca 2020


Nuevos juegos, nuevos heroismos.



Óscar Chávez. La Rana (b). Lírica Infantil Vol. II

CEART Niños: Natalia Yañez

Casa de la Danza y el Ballet - Lupita Gil

Tengo dos grupos, alumnas pequeñas (Babys) de 3 a 6 años y para niñas de 7 años en adelante. Ellas son muy activas, listas, disciplinadas y trabajadoras. Les trato de enseñar de forma sería y formal la técnica clásica (ballet) a la par de fomentar disciplina y constancia, animándolas a desarrollar la seguridad en si mismas y a no darse por vencidas antes de intentarlo. Siempre les digo: "jamás digan que no pueden, dijan que van a intentarlo, a practicar".
¡¡INSCRIPCIONES ABIERTAS!! CUPO LIMITADO. 



Las otras fotos son del grupo de danza que dirige la Mtra. Neri Fernández, yo formo parte de él junto a otros bailarines y tambien damos clases ahi. Se llama "Taller: Casa de la Danza y El Ballet". El grupo surgió el 29 de abril de 2017 y hasta la fecha se mantiene dando funciones en diferentes espacios y eventos. Participó por 1a vez en la competencia "Corporea" en 2019, donde obtuvo medalla de Bronce con la coroegrafia "Palomas" de la Mtra. Neri. El concepto del grupo es la danza en todas sus formas y estilos, es decir interdisciplinario/multidisciplinar; por ej. ballet, contemporaneo, folklore, hip hop, etcétera. 



 
En Facebook se encuentra como Casa de la Danza y El Ballet, con ubicación en García Diego 193, Col. Tequis, S.L.P., donde se dan clases a nivel intermedio-avanzado para bailarines ya con cierto conocimiento y proximamente se abriran grupos infnatiles.



Los Luzeros de Rioverde - Si me deportan (video oficial)

Día del niño y de la niña 2020

Hoy es un día de la niña y del niño diferente. A los que somos mayores nos queda el recuerdo, los recuerdos. Muchas vivencias se han ido enhebrando en nuestra mente de aquella música y de aquellos abrazos, de padres y abuelos que a su manera trataron casi siempre de hacer lo mejor. Fuimos niños y a los que hoy lo son hay que enseñarles que la vida es imaginación y conocimiento, que cada uno es importante y especial, y que nada es aburrido cuando creamos mundos, cuando conocemos cómo funciona el mundo.






Familias - Luz Galván

Me provocan mucha envidia esas personas que pueden escribir bellas cosas acerca de su infancia. Incluso hay memes que añoran la felicidad de haber crecido sin todas las ataduras digitales “inteligentes” de ahora. Yo trato de pensar en algo que me hiciera muy feliz en mis primeros años de vida, y no se me ocurre nada que no tuviera una triste consecuencia, o que no fuera provocado por una desgracia.

Un 30 de abril me decidí a rescatar buenos recuerdos, de verdad hice mi mejor esfuerzo. Entonces empecé a repasar los momentos que compartí con mi familia pero, como con mis hermanos no alcanzó, pues me fui a mi familia ampliada: mis tíos y mis primos.

¡Y sí que viví buenos momentos en la casa de mi abuela materna! Casi todos en torno a la comida. Ella vivía en una pequeñísima localidad rural en la que hasta a los festejos más simples como “las levantadas” del niño Dios eran para todos los habitantes del lugar. Por lo tanto, mi mamá y mis tías —consanguíneas y políticas— cocinaban juntas por días enteros. Y mis tíos y mi abuelo se encargaban de suministrar los insumos.

Para mis primos y yo era muy divertido pasar el día juntos, por grupos de edad. Los más pequeños éramos los que más jugábamos, y como nuestras mamás estaban ocupadas, podíamos hacer bastantes travesuras, y recibir dinero para golosinas que regularmente no nos daban.

Recuerdo cómo me gustaba cuando íbamos a la casa de mi tío, el sastre. Él tocaba el violín y cantaba, y todos sus hijos sabían tocar la guitarra y cantaban armonizando sus voces. Cada vez que llegábamos a su casa, les decía a mis primos: traigan las guitarras y toquen algo para su tía. Y allá iban los pobres niños con cara de fastidio a traer las guitarras, una de mis primas sacaba un cuaderno donde tenían escritas las letras de muchas canciones, y con ella se guiaban. Pero, la verdad, es que en el fondo se molestaban de tener que hacer el show. Ahora creo que se sentían un poco como “monos cilindreros”, entrenados para entretener.

De todas formas, a mí me gustaba verlos y oírlos, algunas de sus canciones jamás las había escuchado y eso me gustaba mucho. Mi mamá ponía cara de embeleso y no dejaba de elogiar el talento de todos ellos, que sólo se detenían cuando mi tío los enviaba a hacer algunas tareas en la casa, porque además eran muy trabajadores.

También comíamos algo rico, y luego volvíamos a casa, donde… ahí regresa lo malo: mi mamá nos daba una buena regañada a todos nosotros. Nos decía: a ver, ¿cómo es posible que los hijos de mi hermano sean todos talentosos y disciplinados, y ustedes sean tan inútiles? ¿por qué nadie ha aprendido a tocar? ¡Qué vergüenza con mi hermano que tiene tan buenos hijos! ¿Y yo? Nadie sabe hacer nada que le pueda mostrar a su tío.

Y todos nosotros bajábamos la mirada sintiéndonos realmente una vergüenza para mi madre. Podíamos haber respondido muchas cosas. Algo como “pues no tenemos quién nos enseñe”, o “pues usted tampoco toca”, “quizá no hemos encontrado nuestro talento”; en fin, pero nadie deseaba meterse en más problemas.

Hace poco vi a mis primos, y finalmente les conté cómo nos iba con mi mamá cada vez que volvíamos de visitarlos. Y un poco apenada me preguntó mi prima “¿entonces cuando tú empezaste a cantar mi tía ya había muerto?”. Le respondí que sí, había muerto tres años antes.

Jamás supo que mi tío se ponía muy contento cuando lo visitaba, sus cansados ojos se iluminaban de alegría y me preguntaba con cierta complicidad “¿cómo está esa garganta?”. Yo solía responderle “lista, como siempre, tío”. Y así él podía acompañarme con su guitarra o a veces con el violín, mientras yo cantaba a todo pulmón esas viejas canciones que a ella le gustaban.

Tampoco supo que cuando él falleció, hace pocos años apenas, le canté una última canción a capella, aun sintiendo que pedazos de mi corazón se iban con él y que la tristeza se me agolpaba en la garganta, porque ese hombre era el único que me hacía sentir la confianza de expresarme con el canto y que, a final de cuentas, me dejó llorar el día que lo perdí.