sábado, 30 de abril de 2011

Angélica

Con dulces, chocolates, piñatas y una paleta Payaso recordamos el Día del Niño. Durante todo el mes los niños esperan con ansia el día en que sus papás les dan un juguete, un dulce o algo de atención; los que somos un poco mayores somos invadidos por la nostalgia de aquellos días que disfrutabamos brincando bajo la lluvia, embarrándonos de lodo o espagueti, lanzando pelotas y rompiéndo uno que otro florero y haciéndo batallar a los adultos.


Todas esas cosas, todas esas travesuras y caprichos, los berrinches, ya han pasado y, quizás, ya hasta han sido olvidadas por mis padres y abuelos. No he olvidado los globos, las burbujas, los peluches, las caricaturas, las fiestas, los payasos, los magos, los amigos, la comida, siguen presentes en mi vida y sigo divirtiéndome con todos ellos; siguen asustándome los ruidos, las sombras, las brujas, los fantasmas, el compromiso, los gritos… aún duermo con mi oso de peluche, aún juego con perros desconocidos (y jamás me ha mordido alguno).




Las salidas con amigos han cambiado, dejamos la cuerda por averiguar quién puede tomar más cervezas, olvidé las muñecas y ahora veo algunos muñecos en la calle que bien puedo devorar con miradas. Pero todavía me siento como princesa, para mi papi todavía soy “la niña de sus ojos”, todavía juego bajo la lluvia… y todavía me deleito con una paleta Payaso de vez en cuando.

Normita

En esta foto es mi cumple número dos, junto con mi hermano y su gigante pastel de tres pisos en su tercer otoño. Recuerdo que ese día él recibió más regalos que yo pero, bueno, fui feliz porque había para tomar barrilitos de todos los sabores, eran los refrescos que más me gustaban, a cada sorbo parecían no terminarse.

Junto a mí está mi abuela. Desde que recuerdo siempre traía su hábito de la Virgen del Carmen y hubo un momento en el que creí que ella era la Virgen y que además era mi abuelita... eso fue increíble pero después, cuando al ir a la misa vi a otras señoras con la misma vestimenta, le pregunté a mi mamá que si había muchas Vírgenes por toda la iglesia, y me dijo que no, que era una vestimenta que acostumbraban ponerse, y yo creí que era alguna moda. En fin…

Escogí esta foto con mi abue porque es la única que tengo con ella, la única en mi álbum, pues no tuvimos la oportunidad de tomarnos más. Además de que hace un año fue su partida de este mundo terrenal, es muy significativa y apreciada por mí. Tendría que agregar que cuando hablo de mi infancia la primer imagen que viene a mi mente es mi abue, porque cada fin de semana la visitábamos y pasaba todo el día divirtiéndome con su gran jardín, que a veces me parecía una selva interminable.


Yo era una niña traviesa, risueña y de cabello corto; bueno, demasiado corto, tanto que parecía niño, de no ser por mis aretes hubiera pasado desapercibida entre los demás niños. Gracias a mi hermano aprendí la mayoría de los juegos de niños; a decir verdad, casi no me gustaban los juegos de niñas: me gustaban los carritos, hacer carreteras con pedazos de madera, jugar yoyo y los famosos “cancos” con los trompos. A partir de los tres años mi hermano y yo éramos compañeros inseparables de juegos. Y lo fuimos hasta la secundaria…

Recuerdo mi infancia con mucho cariño y siempre con una lluvia de risas, porque mi infancia fue una de las etapas más dulces y serenas. ¡Ha! Extraño los juegos, los dulces y los domingos con mi abuelita y su interminable jardín.

sábado, 23 de abril de 2011

Terrible Jaime

Terrible infancia
Digo “La Terrible Infancia” no porque así haya sido para mí, sino en todo caso para la gente que me rodeaba, principalmente mis padres. Ahora lo pienso, quizás soy bipolar (hago la reflexión en voz alta y escucho desde la cocina a mi mujer decir: nunca estás feliz, sólo eres neurótico), bah, no soy bipolar sino neurótico. Cuatro años y me voy de la casa, enojado y molesto, bajo del cuarto piso donde vivíamos y me instalo en la tienda de la chata, diez minutos después mi intento de motín termina y regreso al departamento. Me encantan las mujeres con medias y altos tacones (desde entonces y hasta ahora) y no puedo evitar abrazarme a sus piernas frente a la pena de mis padres. Recuerdos de tardes en Sanborns de Puebla comprando comics americanos y ediciones españolas de bruguera de los clásicos (Dickens, el adorado Dickens) y obviamente cenando un club sándwich. No siempre fue tan terrible como en esta foto, pero esta fue “La Terrible Infancia”.

Jaime Loredo

lunes, 18 de abril de 2011

Juan José

SOÑARSE HARTO DE NIÑO

En estos días donde la sensibilidad se pone jugosa, yo de niño… soñaba harto.

La infancia como un bastión no solo para mirarse y buscar las propias respuestas, sino para quizás, desde esos rincones, encontrar respuestas a lo que hoy somos en medio de la desazón y la angustia que deja la violencia cotidiana.

A mi generación nos tocó jugar en calles sin pavimentos donde, cuando arreciaban las lluvias, estas se desfiguraban y los riachuelos se perdían en surcos que zarandeaban los barcos de papel que a carreras se perdían al final de la calle donde el arcoíris se fijaba como meta absoluta para no parar los sueños. Mojarse de manera interminable mientras le huías a los grandes mezquitales, siempre ante el temor de que en su aparente función de pararrayos quedaras ahí, carbonizado y confundido entre el ramaje, como mucho habíamos escuchado le pasaba a quienes bajo su copa se protegían.

Los grandes campos donde al calor de una pelota dominguera nos enfrascábamos los cuates, que por la noche se convertían para la banda de la zona en extenuantes campos de batalla mientras nosotros, desde las ventanas de casa, nos ocultábamos, pequeños, de los petardos, de los chacos, de las navajas, de los balazos que perdidos transitaban a largo y ancho.

Escapadas a los cerros aún pelones, a la cañada del lobo, en busca de hormigueros, en busca de tepocates, en busca de garambullos y a la comezón de las tunas del monte ahí cercano.

Uno soñaba harto; yo me soñaba harto. A la espera de nuevas aventuras que desde un taxi me brindaba la presencia de mi padre con su historieta en mano: un Kalimán, donde yo, al igual que Solín, su entrañable y joven amigo de este héroe de aventuras, me veía con mi padre galopando sobre los campos para hacer el bien a quienes enfrente se pusieran.

Lo mismo corretear apedreando a un hombre que de manera demencial circulaba en las calles insultando a más no poder a quien quiera que se le cruzara, que correr a la inversa siendo perseguido por el tendero a quien sin concesión nos exigía la devolución de sus “gansitos” tomados sin costear el monto al tomarlos de “gorra”, aprovechando su condición de imbécil de la cuadra.

Las idas al matiné del cine Alameda; sentirnos ricos al acudir al cine Avenida. Pero el Avenida no tenia las jardineras para comer, para jugar sobre el pasto que la alameda si tenía. Estaban por igual los pececillos multicolores que al restregar el agua del fondo emergían. Emoción total. Infancia total…

¿La Barbie habrá jugado como yo? ¿Beltrán Leyva le habrá sabido la infancia? ¿A Nacho Coronel le gustaban las canicas? ¿La Reina del pacifico se hundía en sus barquitos? ¿Se sabían niños? ¿Se soñaban de niños? Quizás… quizá. Quizá ahora es lo que menos importa.

A mi aún me emociona verme niño. Aún me emociona saberme niño.

Saberse de niño… soñarse harto, mucho, de niño.

Juan José Campos
Abril, 17, 2011.

domingo, 17 de abril de 2011

Viry

De niña me gustaba desenrollar y enrollar las cintas de cine de mi papá, ordenar sus casets y pegar cinta másquin en las páginas de sus libros. Dibujaba corazones y caritas sonrientes en los expedientes de mi mamá, derretía las velas de sus santos para hacer figuritas o dejar que la cera se me secara en las yemas de los dedos.

Me confundían los términos "inflación" y "lavado de dinero". Las palabras "magistrado", "expediente" y "misa", me traían a la mente a mi mamá. "La máquina (de escribir)", "hule espuma" y "escenografía" a mi papá.

Con mi hermana jugaba a la ópera y a la obra de teatro (cagadísimo), con mis primos jugaba a salvar a Jesús (más cagado), siempre nos dieron una educación católica hasta la insania, jaja. Recuerdo una ocasión en que me dieron un pelotazo en la cara, me puse furiosa con mi ángel de la guarda.

Disfrutaba hacer fiestas en donde los invitados imaginarios se tomaban mis menjurjes de champú con cajeta y constantemente fantaseaba con intervenir en capítulos de Ernesto el vampiro, Dragon Ball y Ranma 1/2. Nunca me gustó jugar con muñecas ni peluches, sólo adoraba a El osito (se llamaba Borín).

Hasta la fecha, la única película que me ha dado miedo, es "Chuky". Pensaba que el maldito podía estar bajo mi cama, por eso siempre daba brincos larguísimos para ir al baño de noche.

En cuanto a mis habilidades pseudoartísticas, destacan mis vestidos de coctel hechos con los manteles del comedor, mi dibujo de Salinas de Gortari en la cárcel (se lo di a mis tíos para que dejaran de fregar con el tema del "orejón ese feo"), y el relato oral desde mi cuna grabado en video de "una mariposa que estaba comiéndose su chocomilk".

***

Ahora mis cuentos pretenden contar historias sombrías con un lenguaje medio rebuscado... las cintas de cine ya están llenas de polvo en un cuarto de la casa. Los casets y muchos libros pasaron a mi reinado y tengo que batallar descifrando las letras que se llevó el másquin. Mi mamá cambió los expedientes por recetarios de cocina (que sigo rayando por maldosa) y hay una invasión de santitos con cirios pascuales que prefiero evitar. Mi hermana ya tiene a su anhelado pepón de verdad y no hemos dejado de hacer teatritos. Borín está guardado y mis invitados reales se toman con gusto brebajes más nocivos que los de mis antiguas fiestas.

Ahora me conformaría con ver a mis primos aunque ya no seamos unidos, aunque nos hayamos vuelto tan distintos y crean que soy rara... Ja, tal vez no recuerdan que fueron soldados romanos con metralletas.

Viry