viernes, 30 de abril de 2021

Delfín maravilloso - Carlos Loperena


Caí en la alberca con un fuerte ¡splash!, que se oyó hasta el otro lado del mundo.

Mis ojos ya no vieron nada, quedaron como apagados.

Lentamente me fui hundiendo. Mis oídos empezaron a zumbar como si tuviera dentro un panal de abejas, laboriosas, inquietas, punzantes.

Mi cuerpo pesaba una tonelada y media, más de lo que usualmente lo hacía.

Me fui hasta el fondo, y allí fui depositado como flácido plasma, amorfo, “amiboide” y etéreo a la vez.

Mis dedos tenían membranas entre ellos, las cuales, pasado un rato, me permitieron nadar por el fondo de ese océano color púrpura.

Mis oídos ya no zumbaban, o eso creía, empecé poco a poco a ver, habían unos peces color naranja, que nadaban delante de mí.

Oía las burbujas salir por mi nariz, se elevaban a los lados de mi cara, enredándose en mi pelo, subiendo luego hacia la superficie.

La superficie… no la veía, estaba demasiado entretenido ahora, viendo peces azules a mi alrededor, moviendo sus aletas rítmicamente. ¿Por qué no tengo branquias, como ellos?

Entonces, ¿cómo podía respirar?, no llevaba un “snorkel”. ¿Estaba yo aguantando la respiración? No, era imposible, llevaba ya mucho tiempo sumergido,

¡Sí¡, ¡si podía respirar bajo el agua! Era maravilloso.

Unas anémonas se pegaban a mi visor, y parecían sonreírme.

Me decían:

—Ven, síguenos, te mostraremos algo.

Las seguí, y ¡oh, ¡qué sorpresa! Rojos corales, de más de mi altura, por en medio de los cuales nadaban peces azules, naranjas, unos rosados, otros más negros, amarillos y otros multicolores.

Unas medusas me trajeron una corona de algas y me la ciñeron. Era yo ahora su rey, el rey de esa parte del océano.

Me vi más grande de mi tamaño habitual. No cabía entre los corales, pero disfrutaba de su vista, unos duros, otros blandos, rojos, azules, otros verdes, atrayéndome hacia sí con sus silos, bailando al ritmo de la música.

¡Ah qué dolor de cabeza!

Cuidé de no acercarme a los “zoas” a pesar de mi “realeza”. Eran corales muy bellos, ¡pero con neurotoxinas!




Un hipocampo quería que lo montara, quería ser mi corcel, mi “Arion”.

Me hubiera encantado navegar con él, pero era diminuto para mi corpulencia.

Se me acercó ese gran Delfín, al que nunca olvidaré. Se veía que quería jugar conmigo, me invitó a subirme a él y acepté, y me paseó un largo rato, hasta que me sacó a la superficie, y me llevó nadando hasta la orilla de la playa, ahí me depositó suavemente.




No recuerdo más.




—¡Goyo!

—¡Goyiittoo!

—¿Dónde se metió este niño?

—No lo sé, estaba aquí hace un momento.

—Elvira, ¿a dónde se fue? No puedes descuidarlo, es un niño muy pequeño, tiene solo cuatro años y no sabe nadar.

—Juraba que estaba contigo, Juan.

—¡Oh!, ¡No, no, nooooo!

Ambos padres de Goyito corrieron hacia la alberca y no dieron crédito a lo que vieron sus ojos.

Goyito no se movía. Yacía en el fondo de la parte mas honda de la alberca.

Juan se clavó con fuerza en el agua, y remontó los seis metros de profundidad que tenía ahí la piscina. Lo cargó sobre sus hombros y lo llevó hasta la superficie.

Goyito estaba sin sentido, inflado como un cachalote bebé.

—¡Goyito, respira por favor! —gritaba la mamá.

—Cálmate, ya está sacando el agua.

El salvavidas “llegó” a total destiempo, pero ayudó al niño a sacar el agua de sus pulmones.

La ambulancia llegó a tiempo para llevarse a Goyito al hospital y ayudarlo a que se acabara de recuperar.

Un día internado sirvió para restaurar sus funciones normales y poder ser dado de alta.

—Su hijo está bien, señores, sufrió un fuerte golpe en la cabeza, y perdió el sentido. Tragó mucha agua, pero Gracias a Dios está ya recuperado.



Treinta años después, todavía recuerdo como ese Delfín maravilloso me invitó a subir a su lomo. ¡Es el mejor paseo que he dado por el “océano” en toda mi vida!

Del taller de Emma Báez

De Isbel Graciela Villegas


De Raúl Alberto Méndez

De Araceli Portillo Rangel


Exposición de Gilberto Vázquez

 En el Centro de Difusión Cultural del IPBA. Las niñas de Gilberto, en blanco y negro, otras figuras y algo de su reciente visita al arte abstracto.






El padre - Mario Cuevas

 En la Plaza del Carmen un padre de bronce juega con sus hijos. Tienen cubrebocas, pero requieren ayuda para seguir brillando.









1982

 "La danza vista por los niños"  fue una exposición anual promovida en el IPBA por la maestra Emma Báez, del taller de pintura infantil, y la maestra Lila López, directora del Ballet Provincial y del Festival Internacional de Danza. Ambas dejaron huella en varias generaciones de pintores, pintoras, bailarines y bailarinas.

Algo de lo que hacía en el taller de Emma inspirdo por Lila


Barco de los sueños - Pico de gallo y los hijos del Patio de mi casa.