sábado, 24 de abril de 2010

Agustín

Recientemente un chamán me hizo una retrospección, llegando hasta la edad de 7 años; me preguntó que si había sido infeliz durante mi niñez y le contesté que no, que fui bien feliz y él me insistió que no, que en realidad yo había sido un niño triste y le aclaré que no, que estaba totalmente equivocado. Total, que allí se acabó la retrospección, porque él insistía en una cosa y yo en otra.


Bien, la primer imagen que aún recuerdo de mi niñez  es cuando mis papás me sacaban a pasear en compañía de mis otros dos hermanos menores al kiosko del jardín de Santiago y allí un fotógrafo plasmó la imagen y seguramente a la semana la llevó a vender y desde entonces siempre la he visto y recuerdo la ternura con la cual nos cuidaban nuestros padres.

Como ya había escrito antes, mi infancia fue hasta cierto punto mágica, pues mi "abuela", que no era mi abuela sino madrina de bautizo de mi papá, hacía curaciones. Tenía su cuarto de curar y aún hoy día llevo en mi nariz el olor del pirúl, ruda y romero, principalmente, con las cuales hacía prodigios retirando toda clase de espíritus chocarreros... 

Ella, como ya estaba entrada en años, pedía que cualquiera de mis hermanos o yo le fueramos a poner, al caer la noche, una veladora al cuarto de las vírgenes, contiguo al cuarto de curación. Como premio, al que fuera a poner la luz le daba veinte centavos y en 1962 eso era mucho. Mis otros dos hermanos iban sin miedo pero yo era el más miedoso de los tres. Al entrar al cuarto sentía las malas vibras que habían quedado de las personas que habían curado durante el día y alcanzaba a vislumbrar en un rincón el bonche de yerbas apiladas en desorden y un cúmulo de sombras que danzaban amenazadoras y se me dejaban venir, por lo cual, de hecho, aventaba la veladora y salía despavorido. 

Aún hoy me sueño temblando en esos trances mas sorío feliz de aquellos días en que no había televisión sino radio, y recuerdo los cuentos y leyendas que nos contaba Pocha, como cariñosamente llamabamos a la madrina de papá. Creo que eso despertó en mí la avidez por narrar primeramente sucesos del barrio y después pasajes de mi propia vida como catarsis. 

Definitivamente la infancia es algo que va a desembocar en lo que uno va a ser de grande pero extraño mucho a aquel niño bello que algún día fui y que lo perdí cuando fui creciendo y comenzaron a salirme vellos en las palmas de mis manos.

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