domingo, 30 de abril de 2023

El juntado y la pepena - María Garay



Doña Justa hacía honor a su nombre: al término de la pepena pedía a sus hijas, nietas y sobrinas que mostraran a las demás lo que habían encontrado, por si era necesario compartirlo. Durante la jornada, estaba pendiente de que ninguna se “malpasara” u holgazaneara; tenía “organizados” los horarios para las actividades de almuerzo, descanso y, también, de mirar el teléfono celular, lo que no les agradó ni tantito cuando se los propuso, pero todas finalmente aceptaron el acuerdo, al ver que eso redituaba en sus ganancias. Entre cientos de mujeres, el grupo de ”Doña Justa” era considerado como el que “más ganas le echaba”.

Las constantes sequías obligaron a los habitantes de La Nopalera a buscar otras actividades; la agricultura, en esa tierra salitrosa y sin agua, ya no daba para siquiera comer; hasta los nopales y magueyes escaseaban. La mayoría de los hombres de la ranchería tuvo que emigrar en busca de otras ocupaciones, y en muchas casas sólo quedaron niños y mujeres. Así que, cuando se instaló en las cercanías de la comunidad el tiradero de basura, sintieron que el Altísimo había escuchado sus ruegos; las mujeres dejaron de ser aguamieleras y vendedoras de nopales y tunas; ahora la posibilidad de sobrevivencia para ellas y sus familias se encontraba en la basura.

Con sus casi ochenta años a cuestas, Justa se levantaba al amanecer; tenía que caminar poco trecho pero era necesario llegar temprano a la “plancha de la pepena”, tanto para disponer de los mejores lugares, como para no asolearse tanto. El grupo de ocho mujeres quedaba de encontrarse frente al tendajón del rancho, para irse juntas hasta el “tiradero”, lo que también hacían como protección –no faltaba algún pelado que quisiera sobrepasarse con las más jóvenes-; además, de manera repentina, solía presentarse una jauría de perros callejeros, casi muertos de hambre, a quienes tenían que correr con palos y a pedradas para que no las atacaran.

El “juntado” y la pepena, podían extenderse hasta doce horas, pero Justa no se rendía, antes daba gracias a Dios por tener salud y fuerzas para esa labor. Lo más difícil había sido acostumbrarse al olor, casi insoportable en tiempo de calor. Pero a veces se encontraban con otras dificultades peores, como hallarse envoltorios con sal gruesa y ramas de “limpia”, las que seguro eran desechos de una sesión de “curación” o “barrida”, y esas cosas valía mejor no tocarlas; o abrir una bolsa con material médico, con el cual corrían el riesgo de pescar una infección. La compensación venía con el hallazgo de objetos como un arete de oro, un CD en buenas condiciones, y hasta ropa en buen estado.

El grupo “Doña Justa” ya se había sobrepuesto a los prejuicios de la gente. A pesar de los comentarios malintencionados que escuchaban por ahí, ellas se consideraban mujeres “limpias” a pesar de la hediondez que las acompañaba, y “fuertes” porque eran capaces de sacar adelante, de manera digna, a sus familias.

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