Alguna vez me llamaron niña, niña pequeña. Huini en zapoteco significa eso, pequeña, y tal vez es la razón de esta vocación por el juego que no se termina; este cambiar y maravillarse del mundo; este no comprender y sospechar que, en el fondo, nada tiene sentido fijo. La primera letra que escribí fue una e, toda temblorosa ante la mirada vigilante de mi padre. Pronto amé los libros y las cosas nuevas, poco a poco me fue creciendo el cuerpo y abriéndoseme el mundo, hasta que llegué a ser una adulta descreída, con dolores provocados por la falta de malicia y la voracidad, y la secreta convicción de que es imposible dejar de ser niño sin morir en el intento. Perdí el camino y lo volví a hallar; tal vez sólo descubrí que cualquier figura que trazamos con los pasos lo es.
No me quejo. Ser niña encubierta con identificación, auto y un par de ideas sobre los rincones coloridos del mundo, es la mejor manera de extender la infancia. He vivido los besos fortuitos, las miradas de interpretación múltiple y las quimeras evanescentes del ideal. También he sentido el amor que pasa pero nunca se va, y los castillos de ideas y sentimientos que se pueden construir con los otros. Me sigo tendiendo al sol y buscando amigos, para conocer el mundo en otros ojos, para caminar sin destino. Mientras tenga espejos para reflejar mi sonrisa, no dejaré de ser esa pequeña. No dejaré de existir.
(Furtiva)
Album colectivo de infancia para explorar cambios, traumas y alegrías, risas y lágrimas, disfraces y máscaras...
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viernes, 16 de abril de 2010
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