
"Mi lejana infancia fue feliz. Yo era un niño consentido, berrichudo, que invariablemente iba con su familia a Veracruz a pasar el verano en casa de su abuelita materna, y que lloraba si no le compraban sus fabulosos carritos Matchbox, ingleses. Era un niño que cantaba Cri-Cri; que jugaba al fut, al beis, a las canicas, al trompo, y sólo Dios sabe qué tantas cosas más. Era un niño que le encantaba salir a pasear con su familia –cuando mi padre estaba y se le pegaba la gana estar disponible. Era un niño burro, distraído y juguetón en la escuela. En fin, era un niño que no sabía que existía la traición, tan común como un resfriado, pero que su padre pronto se encargaría de presentársela, ejercicio hoy refrendado por aquellos a quienes uno considera algo así como que indispensables, como el pan y el oxígeno".
(Carlos Ricardo Tapia Alvarado)
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